Lo cotidiano en Baobab. Entrevista a Ángela

Angela Baobab

Tengo 22 años y nací en un pueblo agrícola de la Rioja. Tuve una infancia feliz, todo el día en la calle con las rodillas peladas. Luego crecí y me fui a Zaragoza. Estoy orgullosa de mi independencia y soy de las que pienso que para arreglar este mundo, habría que empezarlo de cero.

No la veréis aparecer con un móvil en la mano y con los ojos puestos en la pantalla. Ángela no lo soporta. Ella es más bien de sonrisa de proximidad. Km 0. Será porque es muy joven y recuerda perfectamente su infancia feliz rodeada de los amigos del pueblo, jugando en la calle y volviendo a casa agotada, con las rodillas peladas y con la diversión como tesoro.

Nació hace 22 años en Pradejón, la Rioja. Un pueblo en el que los champiñones son la estrella de la huerta. Y ella es la alegría. La simpatía le sale sola. Por eso le encanta trabajar de camarera. Dice que no tiene especialidad, pero parece una experta en sacar una sonrisa de la nada. Y también en lo contrario. Asegura que hace una montaña de un grano de arena. Y por eso le gusta estar de cara al público. Es ver a la gente entrar y se le desfrunce el ceño. ¿Será por eso que la recuerdan? ¿O será porque se fija en todos los detalles?

Hace poco, volvió al Baobab un cliente de Madrid que había estado un año antes. ¡Pues se acordaba de que no le gustaba el queso! ¿Es o no es eso un superpoder? Bueno, pues ella preferiría poder convertirse en otras personas.

Para influir de otra manera en el mundo. Y cambiarlo. De todas formas, no tiene mucha esperanza en ello. Lo da por imposible y está convencida de que sólo se arreglará con un nuevo Big Bang. Y a empezar de cero. Puede parecer una visión desengañada de la vida, pero si lo dice la chica más joven del local, pues no debe ser eso.

También engaña su forma apresurada de hablar y el color mostaza de su jersey. Dice que ella es de color negro. Por el rollo misterioso y melancólico. Le va la lluvia, la niebla, el otoño, los largos paseos y la calma. De hecho, va media hora antes al trabajo para poder comer tranquila. Así afronta mejor la locura del trabajo. Y al salir, una cerveza con la gente del Baobab. Si no tiene prisa, vuelve a casa andando. Es lo que tiene contar con poco tiempo: valora mucho más los buenos momentos tranquilos. Los ratos con su novio y su perro Kahn, por ejemplo. No llega a entender que a la gente no le gusten los animales.

Y aunque no es vegetariana, si tuviera que escoger, invitaría al restaurante a un “carnada” para que viera con sus propias papilas las maravillas que se hacen con cuatro verduras.

Ángela se siente orgullosa de su independencia. Sin caer en la tentación de arrepentirse por ello, valora especialmente haberse ido de casa para estudiar patronaje. No sabe qué le deparará el futuro, pero se ve en Zaragoza. Prefiere el anonimato de una ciudad que el cotilleo de un pueblo. Si hay que vivir en plan rural, que sea una apuesta colectiva en un sitio abandonado. Puede parecer una idea muy arriesgada, pero también en esto engaña esta “capitana” -como decía su abuela-. Dice que no, que las aventuras no le van.

Aunque con 22 años haya demostrado que puede con ellas. También dice que no es feminista, pero cree en las mujeres que demuestran su valor con decisión, con inteligencia.

Es como uno de sus personajes preferidos, ‘Bella’: alegre y delicada, siempre canturrean y amable. Pero luchadora y convencida de que es protagonista de su propia vida.

Si os animáis a descubrir algún misterio más, buscad esa brillante sonrisa que sale cargada de platos de la cocina. Os encantará. ¡Y está dispuesta a compartirla!

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