Lo cotidiano en Baobab. Entrevista a Rogerio

Soy Rogerio. Una persona muy simple. Soy responsable y me gusta hacer las cosas bien. Tengo mucho carácter y me gusta que me respeten, porque mis padres me enseñaron a ser educado. Tengo buen corazón y considero que es un privilegio ver a alguien feliz. No es que tenga muchos amigos, pero los que tengo, lo son de verdad.

Inclasificable. Así es este brasileño de 37 años que lo mismo te cuenta un chiste como te suelta que es mormón. Pero ¡de verdad! Cierto es que es un bromista, le encanta el cachondeo y la gente que le conoce se preocupa cuando está serio y callado. Pero también que es un fervoroso creyente. De hecho estudió para ser cura y fue misionero 2 años en Argentina. Asegura que Dios es lo más importante en su vida. Pero no es lo único. También está su hijo Lucas, de 11 años.

¿Que qué hace en Zaragoza? Pues se dedica a una de las cosas que más le gustan: la hostelería. Siempre llega antes de su hora y aprende rápido, en eso es especialista. No en vano, Marcelo le llama ‘Rogerio la máquina’.

En la cocina de Baobab se le ha visto bailar samba, hacer bromas a los compañeros y cantar ópera. A parte de elaborar ensaladas y postres, claro está.

Que tras ese dulce acento carioca, hay un hombre que hace las cosas con cálculo astronómico e inteligencia naval, como suele repetir. Es decir, de forma responsable y con amor. Porque dice que sólo así salen bien; sólo sembrando buenas semillas, crecen buenas plantas. Y es que la fe es como un mantra, va resonando en su relato una y otra vez.

Porque dice que es lo que le da fuerzas, lo que le hace continuar. Su fe y el recuerdo de su hermano pequeño, al que mataron en Sao Paulo poco después de que Rogelio llegara a España sin papeles y sin posibilidad de ir a su entierro. Ni al de su padre, que falleció un poco más tarde. No es que mire la vida con tristeza, pero esa amargura forma parte del relato de su carácter fuerte y convencido. Es como la explicación a su necesidad de existir sonriente pase lo que pase.

Y cuando pierde su sonrisa, pues llama a su madre, Josefa, que, a modo de cargador de batería, es la única persona que consigue recuperar su ánimo. Sólo necesita escucharla.

Tampoco es que le hagan falta grandes cosas para estar bien, le va lo sencillo: salir con los amigos a tomarse un vino, ver una buena peli en la tele. Es un tío discreto. Menos cuando baila samba.

O cuando canta ópera a grito pelao modo Pavarotti en la cocina del restaurante al irse los clientes. O cuando no se han ido, porque un día una chica al darse cuenta de que le habían hecho callar, pidió que continuara cantando. Pero no aceptaría formar parte de una nueva oferta, cena+actuación en directo, porque en el fondo, es un tímido. Le encantaría ser invisible para saber qué pasa en la vida de las personas y ayudarlas.

Quizás no sería el superhéroe idolatrado de pequeño cuando jugaba al fútbol deseando ganar para llevarse el premio de la tableta de chocolate. Pero contribuiría a que la gente fuera feliz y eso, para Rogerio, es un privilegio. También lo es conocer a todas las personas que van apareciendo a lo largo de su aventura. Una de las más especiales es Pascuala, o ‘Delita’ como él llama a su “madre española”, que le ayudó en su primera etapa en el país.

Su siguiente aventura es difícil de adivinar, los cálculos astronómicos no son fáciles. En cualquier caso, mucha atención, quien sabe si las ensaladas que prepara contagian esa samba que nos vuelve a todos locos.

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