La queja

F. Perls decía que “detrás de toda queja existe un no asumir la propia responsabilidad”.

Me doy cuenta de que en ocasiones me instalo en la queja, entro con mis pensamientos en un bucle que me saca de mi centro y me lleva a poner la mirada en los otros.

Pongo pegas a lo que estoy sintiendo y de ese modo bloqueo mi posibilidad de disfrute.

Observo que a veces me resulta más cómodo quejarme que situarme en un lugar de mayor aceptación de la vida.

Aceptar pasaría por no pelearme, por acoger lo que me llega en ese momento, por hacer un ejercicio de confianza y saber que aunque el presente sea así, tal vez en otro momento será mejor. No de manera pasiva, ni conformista. No hablo de laxitud, sino de flexibilidad.

Dejar la queja, aceptar es lo que me permite tener una actitud activa ante la vida con todo lo que eso conlleva.

Dejar de esperar a que sea el otro quien me satisfaga, dejar de ser pasiva e infantil, porque es así como me siento cuando me empequeñezco, esperando del otro lo que no hago por mí.

Hay quejas puntuales que son positivas y necesarias, fruto de actitudes maduras y conscientes.

Responsabilizarme, me refiero a mi capacidad para hacerme cargo de mis elecciones es lo que me fortalece, aunque pueda dar vértigo.

A veces la libertad da miedo.

Ya no quiero que la queja me quite la libertad.

¡Qué aproveche!

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