Te sientas al lado de la ventana, enfrente estoy yo.
Nos separan los ochenta centímetros de la mesa.
Me miras y me sonríes, te devuelvo la sonrisa, ya no me sonrojo.
Cogemos la carta y comenzamos a leerla.
A veces descubro mi mirada en la tuya y te observo mirándome.
No sé si compartir un centro o pedir un plato cada uno.
Tengo un apetito algo tímido, como si un laberinto estuviese dentro de mí y no encontrase la salida.
Eliges el vino, un leve guiño de tus ojos quiere enfocarme, o simplemente sólo sea que añoras el dibujo de mi rostro.
Sean todos bienvenidos.
¡Qué aproveche!