Está tan húmeda la tierra que se adhiere a las suelas de mis deportivas. Tengo que levantar el pie con cuidado en cada uno de mis pasos para no resbalarme.
Todavía quedan gotas de rocío que tiñen las lombardas de plata y aunque es temprano, la luz de la mañana deja claro que no es el gris claro brillante de la luna.
Huele a raíces, a estiércol de las gallinas del Sobrarbe que viven en el terreno. Huele a tierra nutrida que alimenta verduras y hortalizas. Y en cuestión de minutos, huele a los huevos fritos que Sara, nuestra anfitriona, nos cocina en una nave continua situada en este huerto tan variopinto y heterogéneo.
Hoy las primeras horas del día las hemos dedicado a compartir un bonito rato con uno de nuestros proveedores. Es
una clase magistral en toda regla, nos cuentan el por qué y el para qué de cada una de nuestras preguntas. Nuestro niño sale a escena con ojos de admiración y verborrea cargado de interés.
Hay algo más en cada uno de los platos que elaboramos que una receta y un desfile de ingredientes, algo más que las historias que alimentan la vida de nuestros cocineros. Hay agricultores, lugares con tradición que se reinventan para acoger la vida de las semillas y los planteros. Hay caricias y respeto cada vez que se trabaja el huerto, hay charradicas con sabor.
Tras cada bocado hay vida.
Sean todos bienvenidos.
¡Qué aproveche!