La cuenta de colores

Carta de otoño 2019 Baobab

Dani lleva la cuenta a la mesa 3 mientras se pregunta quiénes son las personas a las que ha servido. ¿Cómo se llaman? ¿Qué harán cuando salgan de aquí? ¿Les habrá gustado la comida? A él le han gustado. Y ese papel en su mano tatuada le hace sentir que se rompe ese vínculo con ellas. Se deshace la magia. Como cuando cenicienta pierde su carruaje y su vestido a medianoche, la cuenta vuelve a convertirlos en el camarero ante los clientes. Una frontera. Una línea trazada con precios, impuestos, cálculos de lo que vale cada plato, de lo que cuestan los ingredientes, el servicio, el alquiler del local, su sueldo, el de sus compañeras y compañeros. Es la séptima cuenta que lleva hoy. Lleva días pensando que le gustaría incluír otro papelito. Una “cuenta alternativa”, un registro vivo de todo lo que late allí.

El tíquet que deja en la mesa pide dinero. Billetes, monedas, una tarjeta de crédito… Parece que ensucia la poesía. Da la sensación de que arruina un instante eterno, que despierta un sueño o que separa una mirada. Entra en escena como elefante en una cacharrería y a la vez, significa riqueza, abundancia, posi- bilidad. ¡Permite tantas cosas!

La cuenta alternativa de Dani sería algo más larga. Y tendría pocos números. Podría ser de colores, como todo lo que pasa en Baobab. Porque en el tíquet blanco y frío lleno de decimales y porcentajes no aparecen cosas como que Jocilene, la jefa de cocina, trajo en agosto a sus padres desde Brasil para que conocieran a su nieto. Su padre no había ido nunca en avión. Las sensaciones que vivió no se ven en la cuenta. Un tíquet en blanco y negro no deja ver ese color verde ternura y orgullo que ha sentido Joci. ¿Y qué me dices de la gente del tostadero San Jorge? En la cuenta pone “café”. A secas. Tendría que explicar el proyecto que ha podido llevar a cabo nuestro proveedor con productores de Brasil y que empezará a hacer en Ruanda gracias, por ejemplo, a los cafés que se acaban de tomar aquí. Esas personas que ahora buscan sus monederos para pagar, seguro que querrían saber que los billetes que están a punto de sacar le permiten a Pino, una de las socias del restaurante, editar un cuento infantil recién salido del corazón. A Andrés, de cocina, irse a vivir por su cuenta con 25 años y ver el orgullo en los ojos de su madre. A Serena, la oportunidad de tener un futuro universitario fuera de casa, después de un verano cobrando el primer sueldo de su vida. Y a él mismo, sufragar su último tatuaje después de pagar las multas de militancia vegana.

El encargo de tonelada y media de azúcar de caña ecológico al año hace bastante felices a los responsables de la distribuidora de graneles de Zaragoza. De eso también va la cuenta. Hace dulces los pasteles y el futuro de la gente que lo trabaja. Alimentaba la mirada de Juan, ese cliente bromista de los jueves que murió hace cuatro años dejándonos huérfanos de sus chistes y bromas. Un pastel también fue el protagonista de la ruptura más escandalosa que hemos vivido en Baobab. Acabó en la cara de un pobre chaval de cuyo nombre prefiero no acordarme. Aunque lo más dulce que recuerda Dani no son declaraciones de amor o brindis por anuncios felices. A lo que Dani no conseguiría poner precio es a los ojos que Lola puso al ver que no habíamos tirado el diente de leche que olvidó en la mesa envuelto en una servilleta. Ese momento no tiene precio. Está incluído en la cuenta. Como cuando te tropiezas con el no-escalón de la entrada y te sirve de excusa para reírte durante toda la tarde. O cuando te da un calentón y piensas que nadie se ha dado cuenta del polvo rápido que habéis echado en el lavabo. O cuando te das el gusto de sorprender a tu amante carnívora con una cenita sin chuletón. También cuando te tiramos el vino y decides no volver nunca más o cuando tu novio escoge precisamente nuestro restaurante para darte el último plantón. El amargo también es un sabor que puede resultar interesante. A veces.

Quizás algún día, Álex, que hace el turno de findes para poder estudiar entre semana óptica y optometría, invente unas lentes que lean más allá del precio de los productos que les han servido a la mesa. Que emborronen lo escrito y dejen ver los sueños, los proyectos, también los fracasos, los intentos fallidos, las decisiones, las oportunidades, las cagadas, los retos, las experiencias, los recuerdos memorables, los que querríamos borrar, los momentos de brindis por el futuro y por el pasado, los anhelos,
las aventuras por vivir, las caricias, la melancolía y la celebración por todo lo alto, los triunfos agridulces y las derrotas dignas, la perseverancia, las esperanzas, las despedidas de soltera o para siempre, los lazos creados, las nuevas amistades y hasta aquello que nos pa- rece insignificante y que acaba siendo el ingrediente clave de nuestra futura receta. Todo está incluído en el precio. Aunque sea difícil leerlo en la cuenta.

Dani querría decirlo alto y claro: ¡Qué no nos separe ese papel! Todo el mundo que ha vivido algún momento en este Baobab forma parte de él. Recibimos y damos. Al unísono. Al ritmo del latido creativo que todos bailamos. La cuenta nos explica la riqueza a la que todas y cada uno de nosotros contribuímos.

Dani recoge el dinero y la cuenta. La que todavía está en blanco y negro. Y antes de llevársela, la futura abuela le sonríe. Y le da las gracias. Ha sido una cena maravillosa. Muchas gracias. De verdad. Dice Dani con sonrisa de color amarillo satisfacción. Y se le queda en la intención darles la enhorabuena por ese nieto que está en camino, al que le han dedicado un brindis. Y también contarles que mañana verá a su com- pañera Lady, que ha podido volver a ver al compañero Carlos, que vuelve después de seis meses de excedencia por el cuidado de sus hijos pequeños.

Mientras se dirije a la caja con la cuenta pagada se convence. Hay que poner en marcha las cuentas de colores. Ya.

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